La denominada casa Micolta es una casa palacio del siglo XVIII que junto con otras, más o menos monumentales, jalonaban el antiguo Camino Real a su paso por la Isla de León en dirección a la ciudad de Cádiz -o hacia al Puente Zuazo, según se mire-. Después de tener diferentes usos durante sus más de dos siglos de existencia –se dice en La Isla que fue la sede de la primera Capitanía General de la Zona Marítima del Estrecho-, el edificio fue adquirido por el municipio que, una vez rehabilitado, lo ha destinado a viviendas en alquiler. Creo que no está de más decir que, a veces, una de las soluciones para la conservación del paisaje urbano de los casos antiguos de ciudades como El Puerto de Santa María, Jerez de la Frontera o Cádiz, es la remodelación de esas enormes casas palaciegas, imposibles de mantener por particulares, para que conserven su habitabilidad. Digo “a veces” porque no siempre es posible hacer particiones en estos palacetes sin destruirlos totalmente. Así, por ejemplo, mientras que en la casa Micolta ha sido adecuada esa reforma manteniendo el patio y la escalera noble, no lo sería en la casa Lazaga sin que el palacio perdiera todas sus características arquitectónicas interiores. La casa Lazaga debe ser conservada integra, y darle, por ejemplo, un uso museístico. He visto en muchas ciudades europeas como antiguas casas han sido convertidas en museos etnográficos donde se recrean ambientes de otras épocas usando mobiliario, cuadros, cerámica y utensilios antiguos de mayor o menor valor. De esta manera se conservan edificios y se crean museos contextualizados con colecciones que pueden ir creciendo poco a poco mediante compras y donaciones, y que se exponen en un ambiente acorde con la naturaleza del edificio: fortaleza, palacete, casa de campo, etc. Por tanto, lo que hace falta es imaginación, profesionalidad y una política de conservación adecuada para que ciudades como Cádiz, Jerez de la Frontera, San Fernando, El Puerto de Santa María, Sanlúcar de Barrameda, etc. conserven sus peculiares y bellas panorámicas urbanas forjadas durante siglos, y no se terminen pareciendo a cualquier barriada de cualquier ciudad impersonal de las muchas que hay repartidas por el mundo. (Recomiendo pasear por estas ciudades y comprobar la ingente cantidad de casas palacios que se están hundiendo sin remedio; en este sentido, parece que, al menos externamente, en la ciudad de Cádiz es donde hay una mejor conservación de su espléndido caserío). Dicho esto, vamos a ver que podemos decir de la casa Micolta que, por ahora, ha sido salvada para que los “cañaillas” del futuro puedan contemplarla.
La fachada de este antiguo palacete constituye un gran rectángulo (ver las fotografías superiores) donde los diferentes elementos están ordenados mediante una rigurosa cuadrícula neoclásica de cierta complejidad ornamental. Aunque el clasicismo es el estilo predominante, el barroco hace su aparición en las almenas y en ciertos detalles constituidos fundamentalmente por moderados ribetes curvilíneos de carácter decorativo, principalmente, en el pretil almenado y en los alrededores del blasón que preside la puerta de entrada.
Las líneas verticales de la cuadricula están determinadas por seis pilastras y las dos líneas que trazan los bordes laterales del edificio. Cada una de ellas parte desde el suelo hasta culminar en una almena. Así pues, la casa posee ocho almenas: seis sobre las pilastras y dos más que sirven para rematar los bordes verticales de la fachada. Como puede verse en las fotografías, cada pilastra posee tres capiteles coincidiendo con las tres plantas que el edificio posee. En las dos primeras, los capiteles son del estilo dórico toscano (ver primera de las fotografías inferiores), mientras que los superiores pertenecen al orden corintio (segunda de las fotografías inferiores).
La gran cuadrícula que estructura la fachada posee un conjunto de líneas horizontales que dan forma a distintos tipos de cornisas y frisos. Así, podemos contemplar tres cornisas (líneas azules de la fotografía superior) que ganan en anchura y complejidad a medida que nos elevamos desde el suelo, siendo verdaderamente soberbia la última, que está en consonancia con el gran pretil almenado que aparece sobre ella (ver fotografías superiores). Las franjas horizontales debajo de las cornisas y justamente encima de los capiteles se encuentran divididas en dos por una moldura, simulando así lo que sería el arquitrabe y el friso (ver la primera de las figuras inferiores) de un templo cásico. En el caso de la segunda planta, la anchura del arquitrabe se reduce a la mínima expresión para resaltar un hermoso friso dórico (ver detalle en la tercera de la fotografías inferiores) que atraviesa el edificio de parte a parte dividiendo en dos el rectángulo de la fachada (franja resaltada en color verde en la fotografía superior).
Este complejo trazado de líneas perpendiculares, que pueden verse con detalle examinado las fotografías expuestas, tiene como resultado la división del plano de la fachada en veintiocho lienzos de diferentes tamaños, situados todos ellos siguiendo patrones simétricos. Seis, totalmente lisos, se hallan en los bordes izquierdo y derecho de la fachada; siete, también lisos, constituyen los cuerpos existentes entre dos almenas consecutivas, conformando el pretil del edificio. Los quince restantes están ocupados por los vanos del inmueble. Así, en el piso bajo encontramos cuatro cierros cerrados y la puerta blasonada del palacete, mientras que en cada una de las plantas superiores hay un gran cierro abierto en la parte central y dos largos balcones con dos puertas en cada uno de ellos (ver fotografías). Como puede verse, todos los elementos están colocados de forma que se conserva la simetría hasta en el último detalle.
Por último nos referiremos a los elementos barrocos de la casa. Estos están concentrado en el lienzo que contiene la puerta de entrada y en la parte superior almenada. Como puede observarse en la primera de las fotografías inferiores, en el primer caso, la decoración barroca se despliega alrededor del escudo que corona la puerta de entrada. Consiste en una orla de trazado curvilíneo de cierta complejidad y en tres molduras donde predominan las líneas curvas. Todo ello crea un pequeño espacio barroco que, obviamente, tiene como objetivo resaltar el blasón de algún antiguo dueño de la casa. Las líneas curvas vuelven a manifestarse en la parte superior de la fachada: en el pretil almenado y en las propias almenas que son claramente barrocas. A estas dedicaremos la siguiente entrada.