Hasta la década de los sesentas del siglo XX, el monasterio
de las Capuchinas se ubicaba en el límite del casco urbano de San Fernando. Es
decir, detrás del convento se terminaba la ciudad y empezaba el campo, constituido éste por una sucesión de
huertas que descendían en pendiente hacia la
Bahía de Cádiz. La saga empezaba con la propia huerta del convento y le
seguían, por orden, las denominadas “Huerta de Mainé” y la “Huerta del
Madrileño”, que creo llegaba hasta la vía del tren. (Me da la sensación de
que después de la vía, antes de llegar a las marismas, había otra huerta, pero
por esa ruta nunca llegué tan lejos en el término municipal de San Fernando,
considerado por los niños de doce o trece años de la época como un inmenso y
variopinto territorio con calles desconocidas, huertas, salinas, marismas, El
Cerro -con su minerales y restos arqueológicos-… En fin, todo un cosmos
por descubrir). Las altas tapias de la huerta
de las Capuchinas la separaba de la huerta colindante, y cuando por esa zona
todo el campo se convirtió en ciudad, excepto la pequeña huerta que conserva actualmente
el convento, quedaron algunos vestigios que nos permiten recrear como se
veían las almenas de Las Capuchinas desde la “Huerta de Mainé” (fotografía
superiores). Y también, lo que queda de aquellas ancestrales tapias de la clausura,
siempre tan misteriosas (fotografías inferiores).
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