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domingo, 19 de agosto de 2012

Las almenas de las Capuchinas I

 
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En la calle Constructora Naval  -más conocida como “Calle de las Capuchinas”- se encuentra el monasterio de Nuestra Señora del Rosario de la Orden Franciscana de las Hermanas Clarisas Capuchinas. Se da la circunstancia de que los dos conventos de clausura existentes en San Fernando – el otro es el monasterio de la Santísima Trinidad de las Madres Carmelitas Descalzas- se erigieron en casas que,  si bien eran grandes y tenían huerta y jardín,  fueron construidas para ser viviendas (obviamente de familias acomodadas) y, por tanto, se diseñaron de acuerdo con la tipología característica de la arquitectura civil de la ciudad, almenas incluidas. En este caso, el edificio de dos plantas tiene en su pretil cuatro almenas de sencillo diseño, que pasarían desapercibidas a no ser por el armonioso conjunto almenado situado sobre el torreón que posee el edifico del convento (ver fotografías superiores). Es muy probable que en este torreón, de indudables reminiscencias gaditanas, interviniera Juan Cabrera de la Torre, arquitecto municipal de Cádiz, que trabajó en la adaptación de la casa-vivienda a convento de clausura (1). No obstante, es  obvio que el ramillete de almenas que corona esta torre-mirador es una característica típicamente isleña (ver fotografías), tanto por su estilo como por su composición.
Las almenas que encontramos en “Las Capuchinas” no responden a un diseño complicado, encuadrándose en la clase que hemos denominado G02RECT (pilar con leve cornisa paralelepipédica y uno o varios cuerpos que sirven de peana al adorno - un jarrón con dos asas y tapa, en este caso-) (fotografías lateral e inferior), tipología relativamente frecuente  en el  caserío isleño.  Así, los ejemplares que pueden admirarse en esta casa–monasterio son casi idénticos a los que se encuentran en la esquina de la calle Real con Almirante Cervera (entrada del 18 de septiembre de 2010).
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Las almenas de las Capuchinas II

 
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Como puede leerse en la cita 1 de la entrada anterior, procedente del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico, el arquitecto Juan Cabrera de la Torre construyó en 1911 una iglesia, que junto con  la casa preexistente configuraría el edificio conventual. El cuidado en las alturas y en otros elementos hace que el conjunto aparezca desde la calle con un todo, aunque con cierto grado de heterogeneidad, ya que, por ejemplo, la iglesia carece de almenas (primera fotografía superior). Con la construcción de la iglesia se dota al monasterio, como es habitual este tipo  de edificios, de dos puertas de entrada: una para la clausura y otra para la iglesia (segunda fotografía  superior.) Llama la atención que en semejante obra de reforma se mantuviera  la  estructura de fachada de vivienda isleña en lo que podríamos denominar la parte laica del edificio, con sus cierros, balcones y almenas, mientras que en la parte ”nueva” se incluyeran elementos que denotan la existencia de una clausura. Así, en la fotografía situada justamente encima del texto pueden admirarse el original balcón con su gran celosía de madera y una “reja con pinchos”, típica de los conventos de clausura de otras poblaciones andaluzas –en Sevilla, por  ejemplo, hay muchísimas-, pero única en San Fernando.
Los mosaicos instalados a uno  y otro lado de la fachada del conjunto por la “Real, Venerable y Seráfica Esclavitud y Antigua Archicofradía del Santísimo Sacramento, de la Inmaculada Concepción y Ánimas Benditas y Fervorosa Hermandad de Penitencia de Nuestro Padre Jesús Cautivo y Rescatado y María Santísima de la Trinidad (Medinaceli)”  y por la “Venerable, Real y Franciscana Hermandad de la Divina Pastora de las Almas Coronada” (ver fotografías), hermandades de penitencia y gloria, respectivamente, que mantienen una relación especial con el monasterio, señalan de forma simbólica la unidad de los dos lienzos  de la fachada de este singular edificio de San Fernando.

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Las almenas de las Capuchinas III

 
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Hasta la década de los sesentas del siglo XX, el monasterio de las Capuchinas se ubicaba en el límite del casco urbano de San Fernando. Es decir, detrás del convento se terminaba la ciudad y empezaba el  campo, constituido éste por una sucesión de huertas que descendían en pendiente hacia la  Bahía de Cádiz. La saga empezaba con la propia huerta del convento y le seguían, por orden, las denominadas “Huerta de Mainé” y la “Huerta del Madrileño”, que creo llegaba hasta la vía del tren. (Me da la sensación de que después de la vía, antes de llegar a las marismas, había otra huerta, pero por esa ruta nunca llegué tan lejos en el término municipal de San Fernando, considerado por los niños de doce o trece años de la época como un inmenso y variopinto territorio con calles desconocidas, huertas, salinas, marismas, El Cerro -con su minerales y restos arqueológicos-… En fin, todo un cosmos por  descubrir). Las altas tapias de la huerta de las Capuchinas la separaba de la huerta colindante, y cuando por esa zona todo el campo se convirtió en ciudad, excepto la pequeña huerta que conserva actualmente el convento, quedaron algunos vestigios que nos permiten recrear como se veían las almenas de Las Capuchinas desde la “Huerta de Mainé” (fotografía superiores). Y también, lo que queda de aquellas ancestrales tapias de la clausura, siempre tan misteriosas (fotografías inferiores).
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